Páginas

terça-feira, abril 11, 2006

Os Sacrifícios Humanos e o Declínio da Civilização Incaica - II

É difícil separar nos relatos dos cronistas – muitas vezes espanhóis cristãos, nativos convertidos à nova fé ou mestiços como o famoso Inca Garcilazo de La Vega ou Guamán Poma Ayala[1] – o trigo do joio, ou seja, o que efetivamente compreende o “conjunto exotérico” de cerimônias religiosas deste grupo social daquilo que os preconceituosos conquistadores lhes atribuíam como “resquícios mágicos e demoníacos” com a intenção de afastar as futuras gerações de suas tradições e cultos milenares.
Em que pese esta dificuldade metodológica, não restam dúvidas concernentes à realidade dos sacrifícios de pessoas nos templos incas e sua introdução relativamente recente, em um período que viria, em poucos anos, a ser marcado por enorme desunião e guerra civil – prenúncio da crise terminal que viria a se abater sobre o império.

Las capacochas[2] o capac-huchas constituían cerimônias extraordinárias dedicadas al inca, celebradas solo em oportunidades solemnes (entronización Del soberano, nacimientos de príncipes, victorias guerreras, epidemias). De aquellas ceremonias majestuosas unas eran cíclicas y otras excepcionales. En el Cusco quien las restauró fue Pachacútec con oportunidad del Coricancha remodelado (...)”
Su celebración la difundian preventivamente por todos os ángulos y rincones del tahuantinsuyo. Los curacas principales, entonces, enviaban suas ofrendas a la capital del Estado (maiz, coca, mullu, ganado, idolillos de oro y plata, cuyes, ropa de cumbi y niños de ambos sexos y de 10 años de edad, en cantidades que dependían de las posibilidades de cada etnía. En lo que respecta los niños su número fluctuaba de uno a dos. En consecuencia, el monto de productos naturales y culturales y de niños era enorme se tenermos en cuenta que las nacionalidades dependientes del Cusco pasaban de 100. A dichas ofrendas las conducían a la metrópoli del incario sus respectivos curacas, sacerdotes y otros jefes locales, desplazándose en imponentes procesiones. Los niños iban acompañados de sus respectivas progenitoras.
En el Cuzco ya, se concentraban en la plaza mayor (Aucaypata), a donde anticipadamente habían sacado las efigies de las divinidades más importantes, alrededor de cuyas estatuas daban vueltas los peregrinos, observando figuras rituales y ayunos. El Inca se refregaba la totalidad de su cuerpo con esas criaturas para participar de sus sacralidades.
Pero el sacrificio propiamente dicho iba a ser la inmolación de los referidos niños y la quema o entierro de otros ofrendas. A las lhamas las mataban metiendoles la mano por un costado para extraerles el corazón y vaticinar según sus palpitaciones. Tales ceremonias las dirigían al Sol; Huiracocha Pachayachachis, al trueno, Luna, Cielo, Madre Tierra
[3] y a Huanacauri (huaca de los alcahuizas de Ayar Ucho que fue adoptado pelos incas). Cuando el sacrificio lo ofrecían directamente al dios Huiracocha le pedían para sapainca larga vida, salud, triunfo contra sus opositores, paz en el territorio, abundancia agropecuaria, aumento poblacional y, finalmente, ventura constante para el referido mandatario.
Acabada la oración, daban de comer y beber a un grupo de los niños hasta embriagarlos. Las respectivas madres estaban encargadas de suministrar tales alimentos a los más chiquitos. Ato seguido, poco a poco los ahogaban taconeándoles la garganta con coca en polvo, con la idea de que se arribaran sin hambre, ni sed, ni descontentos ante la presencia del dios citado. De inmediato, a esos agónicos infantes les abrían sus pechitos para arrancarles sus pequeños corazones, todavía estando vivos, de manera que pulsando y latiendo los ofrecían a sus dioses en medio de actos muy ritualizados. Con la sangre de los chicuelos sacrificados untaban el rostro de las efigies sagradas, de una oreja a la outra; si bien e otras imágenes las pintaban distintas partes de sus cuerpos. Pronto guardaban los cadáveres de los mencionados niños juntamente con las demás ofrendas en un lugar lhamado Chuquicancha, cerro no muy alto en la parte prominente de Saño (San Sebastián), a casi tres kilómetros al sur del Cusco, que componía la tercera huaca del sexto ceque del Antisuyo (Cayao)
”.
Enfim, “(...) Los niños así sacrificados se convertían en huacas (seres sacralizados) con poderes para proteger a sus ayllus y etnias a los que habían pertenecido en vida, prodigándoles la fecundidad de sus ganados y campos. A sus pequeñas momias les consultaban por haberse transformado en oráculos. Consecuentemente, tenían sus santuarios e sacerdotes que recibían y hacían ofrendas
En consecuencia, las capacochas funcionaban como una institución de control social. Buscaban fusionar las etnias al cusco, capital política del imperio, con la meta de dar vida al Estado y al sapainca. Había la intención de establecer con ellas relaciones armónicas entre el poder central y las etnias regionales, o en otros términos, entre los grandes curacas e el sapainca; con lo que a su turno quedaría asegurada la cohesión ideológica entre ambos sectores político-sociales. De ahí que las capacochas conformaban un formidable instrumento de control social, cultural y económico a nivel estatal. A través de ellas se ve también cómo la religión sostenía al Estado, por cuanto configuraba una de las mejores herramientas de dominación. Ponía énfasis en demostrar que los curacas poseían algunos poderes gracias a la generosidad de la sapainca. Un juego de reciprocidad entre el gran Rey e los pequeños reyes regionales (curacas). Las capacochas anhelaban la tranquilidad y felicidad total de los grupos de poder cusqueños: ilusión que, en realidad, no pudieron alcanzarla nunca”.
[1] O primeiro, graças à sua refinada cultura castelhana e profundo conhecimento das línguas nativas era o que se poderia considerar como um intérprete mais rigoroso de um passado do qual, em parte, herdou muito da tradição oral através de sua mãe, uma princesa inca. O segundo, quase um autodidata, retém para si o mérito de uma originalidade profundamente popular e uma riqueza pictóricaO em seus textos que nos permitem nos dias de hoje reproduzir com imensa riqueza de detalhes o colorido da vida inca em seus dias de glória.
[2] Seu suposto significado em “quétchua” é o “grande pecado”, alusão ao caráter expiatório dos ritos sacrificiais humanos.
[3] Mãe Terra ou Pacha Mama, já representado em Tiawanaco pelo celebro monólito Bennet.

Um comentário:

  1. Anônimo8:06 AM

    Buenas, no hablo portugues pero español, lo siento, pero queria saber de donde viene este texto, si es una cronica o un libro actual ? Podrian darme las referencias exactas ?
    Muchas gracias !

    ResponderExcluir

O autor não se responsabiliza pelo conteúdo dos comentários postados no blog.